jueves, 9 de abril de 2015

Cuarto blanco

El día que me di cuenta que era un asesino, estaba yo en mi cuarto cambiándome de ropa, cuando se me ocurrió mirar por la ventana, pasaba un tren en aquel momento y el humo blanco que salía de la chimenea se elevó en el aire y formó la figura de una mano gigantesca. Sentí que fue un signo de aprobación divino, proveniente de alguna entidad religiosa y continué con mi tarea. Allí comprobé que mi condición era seguramente más grave a la de mayoría de los asesinos, yo era consciente de mis actos. Cada detalle estaba planeado. Para cada posible error, había una posible solución. El plan perfecto no podía fallar.
Pero la perfección no existe, queridos entusiastas lectores amantes de la tragedia. Por algo me disfrutan desde mi celda y no he podido permanecer eternamente en el anonimato. Valió la pena el intento y probablemente lo volvería a hacer. A continuación, los detalles del horror que todos  quieren saber y muchos no se han animado a preguntar. No tengo dudas en que han querido consumirlo. Ha trascendido y ante sus ojos, espero el retorcido disfrute silencioso que sé que tendrán. Tengan cuidado, intrépidos lectores.. Si ese disfrute se convierte en acto, terminan aquí.  
Terminé de cambiarme la ropa y salí a desayunar. Café doble. En el camino repase cada uno de mis movimientos, los sabía a la perfección. El plan que tantos años llevé planeando, a minutos de concretarse. Fue el único día en veinte años de matrimonio que no sentí ningún tipo de descontento. Al contrario, estaba en calma. La que precede al huracán, supongo. Llegué y le ofrecí hacer un almuerzo para ambos, como era de esperarse se negó, así que aproveché el tiempo en terminar de leer la novela que tenía en curso. Almorzamos y se recostó. La rutina seguía su curso característico y recuerdo la adrenalina como si fuese hoy. La revivo. Cada momento, paso milimétricamente medido.
La desperté de su reposo y le pedí que me acompañara al sótano, el cuarto blanco del horror. Era perfectamente capaz de concebir que odiaba el sótano, no casualidad elegí que sea ese el lugar. Con la excusa de la compra de un nuevo artefacto, la convencí al instante. Estando detrás de ella, la golpeé suavemente. Perdió el conocimiento pero sabía que en media hora volvería en sí. Me había ocupado de estudiar hasta la anatomía del ser humano. Nunca había deseado algo con tanta intensidad. La até a la camilla por sus extremidades, cuidando no dejar marcas y la silencié. Antes de que despertara ya sentía el terror corriendo por sus venas. El miedo inmenso que me tenía porque conocía que era capaz no sólo de eso, sino de mucho más. Cuando reparé en su actitud al ver el sótano empapado de blanco, tan similar a un quirófano, no pude evitar esbozar una pequeña carcajada.
El resto sucedió por inercia. Corté en los puntos estudiados previamente. El cuarto higiénico, perfectamente esterilizado se tiñó de un rojo impactante. Congelé el cuerpo y me tomé la repugnante tarea de alimentarme con él durante las dos semanas que tardaron en descubrir la verdad. Sólo así sabía que había acabado con ella.
¿La razón? Probablemente ni la recuerde. No es por esto que ustedes han consumido mi breve relato en el que, por cuestiones legales, no puedo ahondar en sus detalles más exquisitos. Lo curioso es que no siento haber pedido mi sanidad mental. Sé el nivel de aberración de mis actos y no me creo loco, sólo soy un asesino.  

domingo, 5 de abril de 2015

Pero... ¿cabe todo lo tuyo en una maldita valija?

De la sinceridad partimos y hacia ella vamos en un amplio camino de introspección. La vida está en eso. Más que en todo lo que puedas lograr, lo que puedas conquistar, lo que puedas conseguir. El quid de la cuestión radica en qué hacemos acá. Hoy parados en este lugar, intentando comprender a qué vinimos y por qué.
Pero tampoco nos vamos a liquidar buscando respuestas a preguntas que muchos todavía ni siquiera pudieron formularse. Acá podemos meternos en el interesante mundo de las religiones que nos dan una suerte de sentido que sólo algunos pocos pueden y se animan a cuestionar. Los rebeldes, como me gusta llamarlos. En el buen sentido de la rebeldía que implica caos, cambio y por lo tanto, el nacimiento de nuevas ideas.
Como estas palabras que se desprenden sin ningún sentido y sin ninguna finalidad, algunos viven así. No digo que disfruten menos, eso sería hipócrita. Predecir algo que no conozco ni puedo afirmar.
Yo creo que los más despiertos estamos aquí para vencer nuestras inquietudes. Me quiero topar con toda esa gente que tiene ganas de ir más allá, que no se conforma con las ideas que ya vienen estipuladas. Los incrédulos. Aquellos que no creen en nada, ni siquiera, en su propia existencia.
¿Y será entonces que a esta suerte de presente la desafía un futuro desconocido? ¿Destapará en algún momento el velo y responderá a mis preguntas?
La riqueza siempre ha estado en un único y certero lugar, que pocos logran alcanzar con el correr de los años. La riqueza no es más que mental.
De un principio a esta parte, sería crucial anunciar lo efímero que es el tiempo. Tan efímero que cuando para cuando termine este texto, probablemente, habré perdido varias oportunidades.
El desconocimiento es ese placer cruel. Esa puerta entreabierta, que invita sólo a unos pocos a conocer lo más hondo de la existencia. Si es que existe.

"No me pregunten quién soy ni me pidan que siga siendo el mismo" - Michel Foucault

https://www.youtube.com/watch?v=96d7u9tVIP0