domingo, 30 de agosto de 2015

Combate liberal

No me halaga que esté tan perdido en mi relato, tan inmerso que apenas me deje un poco de aire para predecir la palabra que sigue. Lo que sí me enorgullece es que haya llegado hasta esta parte preguntándose de qué va todo esto esto.
Estábamos en el medio de una especie de pelea, dos hombres de torso desnudo y pantalones arremangados se disputaban un trozo de oro. Al costado, en una esquina, cada acompañante del luchador llevaba unas cadenas bastante gruesas. Cada una tenía un número. Treinta y seis y treinta y cinco, respectivamente.
Lo curioso de esas riñas es que eran a muerte. Mientras los puños resonando una y otra vez eran exactos, pegaban ellos pero lo sentía yo. De repente, una música excitante anuncia la pausa de mitad de pelea. Diez minutos de recuperación para cada competidor. Uno de ellos estaba viviendo sus últimos diez minutos de relajación. Sin embargo, relajación era la única sensación que no experimentaban. Con la mirada en el objetivo repasaban complejas tácticas.
De repente, una situación que apenas puedo describir corta el delgado hilo de conversación que tenemos con mi colega. Se escucha un débil choque de copas y, al unísono cada jugador bebe un alcohol de pésima calidad. Se enfurecen y sus ojos chispeantes de emoción y exaltación se mueven hacia todos lados. Sus cuerpos transpirados gotean sed de victoria casi simultáneamente al tiempo que la música sale de los adentros de la tierra.
Dos, tres, cuatro. La música se detiene y.. están luchando. Son increíblemente bestiales y están despiadados. Parecen no tener pasado, ni presente ni futuro. Ningún tiempo alguno, ningún reflejo de algún sentimiento que no sea odio o frustración convertida en violencia. Pelean por el triunfo, que no es nada más ni nada menos que su vida.
Son hombres como usted y como yo. Provienen de la asquerosa cotidianidad de sus rutinas. Los trajes y costosos relojes de burocracia bien ubicada, se encuentran dispuestos a un lado.
Quizá necesiten esa pizca de adrenalina, o quizá no. En ese momento sólo un pensamiento ocupa su cabeza; el objetivo, el reluciente oro.
Los espectadores sabemos que no lo gastarán, ya que es evidente que lo poseen. Lo que importa es otra cosa. La cadena, el símbolo, la prueba física del triunfo. ¿Qué representa para ellos la victoria? Mi colega cree que simplemente le demuestran al otro lo aferrados que están a la vida, aunque ingresen a aquel recinto sucio y desprolijo, creyendo lo contrario.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Primeros pasos

- ¿Otra vez vos acá?
- Hoy estoy disfrazado de cordero. Quiero desentrañar todos los secretos que no te animas a contar de un modo amable y pausado.
- A mi no me engañas.. Seguís teniendo la misma expresión del cazador que aguarda el momento perfecto para el ataque. Queres verme vulnerable. No te preocupes, ya vas a encontrar mi momento de inflexión.
- Te diste cuenta de que cada vez escribís más seguido ¿no?
- ¡Ay lobo! Deja de seguir mis pasos con esa exactitud sombría.
- Tranquila, estoy buscando un entretenido infierno disfrazado de paraíso para que puedas aprender un poco más.
- Hay algo muy dulce en tu extraña manera de controlar mis actos. A lo mejor sólo seas un cordero herido en el disfraz de un lobo.
- La bondad y la maldad no caben en el mismo lugar.
- Tampoco en lugares distintos. Se necesitan una a la otra para existir.
- Vos y tus mecanismos de persuasión que me ponen nervioso..
- Esta pulseada te la gané lobo. Hoy estoy de buen humor.

Encontré una curiosa peculiaridad. La simpleza en las palabras del autor. Es bastante extraño. Al tener esos aires de escritura sofisticada, de encontrar un discurso indescifrable, inalcanzable.. esta historia me demuestra que el éxito de esta labor no se encuentra en la arrogancia de las oraciones, ni en el lenguaje complicado para sorprender. Todo lo contrario. Del relato me cautiva la simpleza. Utiliza palabras cotidianas y eso lo convierte en algo todavía más maravilloso de lo que ya es por sí mismo.
Inmediatamente mi mente lo relaciona con el transcurso de la vida y cómo buscamos la felicidad a través de trayectos demasiados complicados, para luego, en la última etapa de la vida, que alcanza los mayores conocimientos del camino, comprender el valor de la simpleza, tal y como es.
Las gotas golpean contra la ventana creando una atmósfera especial. Sigo utilizando palabras engorrosas para sorprender a la bonita audiencia que ansío tener. Pero ahora escribo con los ojos cerrados. Las palabras caen, una a una. Aparecen y pasan por mi mente, como un vehículo que apenas se puede percibir alcanzando velocidades máximas. Esa sensación tengo cada vez que escribo. No importa sobre qué. Es la acción. A algunos se las produce el correr, a otros el nadar, a otros el bailar. Cada uno encuentra su catarsis de manera distinta. Estar inmersa aquí puede ser bueno o terriblemente malo porque mi mente no descansa. Como si fuera un jugador de ajedrez que intenta adelantar sus cinco próximos movimientos, mi psiquis intenta adelantar lo próximo sin concentrarse en el momento. Cada vez hablo menos para escuchar más. Porque después, indefectiblemente, escribo.

Las camas desordenadas de repente se ordenaron y la música empezó a sonar de un lugar sin precedentes. La pasión sin embargo estaba intacta. El alcohol ayudaba a esa lujuria desmesurada que los hacía bailar en sinfonía. Él es un poeta y eso simplemente lo explica absolutamente todo.

https://www.youtube.com/watch?v=DUWGCWJc_FQ