No me halaga que esté tan perdido en mi relato, tan inmerso que apenas me deje un poco de aire para predecir la palabra que sigue. Lo que sí me enorgullece es que haya llegado hasta esta parte preguntándose de qué va todo esto esto.
Estábamos en el medio de una especie de pelea, dos hombres de torso desnudo y pantalones arremangados se disputaban un trozo de oro. Al costado, en una esquina, cada acompañante del luchador llevaba unas cadenas bastante gruesas. Cada una tenía un número. Treinta y seis y treinta y cinco, respectivamente.
Lo curioso de esas riñas es que eran a muerte. Mientras los puños resonando una y otra vez eran exactos, pegaban ellos pero lo sentía yo. De repente, una música excitante anuncia la pausa de mitad de pelea. Diez minutos de recuperación para cada competidor. Uno de ellos estaba viviendo sus últimos diez minutos de relajación. Sin embargo, relajación era la única sensación que no experimentaban. Con la mirada en el objetivo repasaban complejas tácticas.
De repente, una situación que apenas puedo describir corta el delgado hilo de conversación que tenemos con mi colega. Se escucha un débil choque de copas y, al unísono cada jugador bebe un alcohol de pésima calidad. Se enfurecen y sus ojos chispeantes de emoción y exaltación se mueven hacia todos lados. Sus cuerpos transpirados gotean sed de victoria casi simultáneamente al tiempo que la música sale de los adentros de la tierra.
Dos, tres, cuatro. La música se detiene y.. están luchando. Son increíblemente bestiales y están despiadados. Parecen no tener pasado, ni presente ni futuro. Ningún tiempo alguno, ningún reflejo de algún sentimiento que no sea odio o frustración convertida en violencia. Pelean por el triunfo, que no es nada más ni nada menos que su vida.
Son hombres como usted y como yo. Provienen de la asquerosa cotidianidad de sus rutinas. Los trajes y costosos relojes de burocracia bien ubicada, se encuentran dispuestos a un lado.
Quizá necesiten esa pizca de adrenalina, o quizá no. En ese momento sólo un pensamiento ocupa su cabeza; el objetivo, el reluciente oro.
Los espectadores sabemos que no lo gastarán, ya que es evidente que lo poseen. Lo que importa es otra cosa. La cadena, el símbolo, la prueba física del triunfo. ¿Qué representa para ellos la victoria? Mi colega cree que simplemente le demuestran al otro lo aferrados que están a la vida, aunque ingresen a aquel recinto sucio y desprolijo, creyendo lo contrario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario