Siente un reloj detrás de su oído. El tic-tac es insoportable. Sus pensamientos vuelan de un lugar hacia otro, sin detenerse. Es curiosa la forma en la que logra estar en cientos de sitios sin moverse de su viejo sofá. Con uno de sus pies marca el ritmo de su ansiedad. Toma una bocanada de aire y escucha el silencio. ¡Vaya paradoja si las hay! ¿Existe acaso la posibilidad de oír el silencio en su totalidad?
Su cerebro está a punto de explotar. Mente, aliada enemiga, no logra descansar. Tantas preguntas sin respuesta. Tantas respuestas sin pregunta. Falta poco para el amanecer y no ha podido descansar. La alarma está por sonar. Alarma es rutina, costumbre, es la sensación de sentirse controlado, obligado. Alarma es responsabilidad. Sin embargo, alarma es lo único que le permite despegarse de su psiquis inquieta, aunque sea por un rato.
Podría escaparse con excesos, por alguna razón que todavía ignora, no lo hace. ¿Dónde están todas esas respuestas? Recién ahora ha comprendido esa moda de la búsqueda interior. Quizá todos la persiguen porque nadie la puede obtener. Alarma ha sonado. De este modo abandona, sólo por un rato, la compleja red de razonamientos que lo persigue.
Toma una larga bocanada de aire que rápidamente transforma en un suspiro. ¿Qué son los suspiros? Son resignación, desdicha, fracaso. Una única certeza lo acompaña. No descansará hasta encontrar quién le devele los secretos de su existencia. Alarma retrasará la tarea pero siempre le dará la oportunidad de volver a comenzar. Por lo menos por un rato. Hasta que suene y lo vomite al mundo cuya reina es la banalidad.
https://www.youtube.com/watch?v=Tav5dMbVQfs
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